12 de marzo de 2015

Venus Wars en grupo (12 de marzo de 2015)

Podría estar escribiendo sobre Yoshikazu Yasuhiko todo el día, aunque preferiría leerle, verle o mirarle. No me refiero a él, aunque tampoco me importaría mucho, especialmente si fuera en vivo y pudiera charlar con él, sino a sus películas, cómics y dibujos. Aunque sin querer lo intente en este texto, no sé si podría explicar bien por qué me gusta tanto: lo primero que haría sería reproducir el vídeo o abrir la página y simplemente señalar con el dedo. Yas (abreviatura con la que firma) no ha sido el animador de más empaque de su generación, mérito que seguramente corresponda a Hayao Miyazaki, pero viendo la categoría de obras en las que participó donde la animación dependió de su pluma, con Mobile Suit Gundam a la cabeza, no me cabe duda de que ha sido el más carismático y uno de los más influyentes. La abrumadora calidad de sus obras de manga ha ido en la dirección opuesta al éxito de sus ventas... a no ser que obviemos su último y más rotundamente popular creación, Gundam The Origin, de cuya traducción al castellano para Norma Editorial he tenido el orgullo de ocuparme en sus últimos cinco volumenes. Es un artista polarizador, incluso entre sus más fervorosos defensores, pero es imposible imaginar cómo hubieran sido las tres últimas décadas de manga y anime en el mundo si Yas no hubiera existido. Hoy escribo sobre Yoshikazu Yasuhiko porque gracias a Twitter, a Marc Bernabé (@marcbernabe) y a muchos otros amigos en esa red social vamos a poder organizar otro visionado colectivo de un largo de anime de los ochenta: hace pocas semanas vimos Wings of Honneamise y ahora le llega el turno al que parecía que iba a ser el último trabajo de animación de Yas: Venus Wars, de 1989.

Bastante antes de que internet abriera el mundo al mundo, allá por 1991, entré en contacto consciente con Yoshikazu Yasuhiko por primera vez gracias a la edición en inglés del manga original de Venus Wars obra del propio autor que publicó la editorial norteamericana Dark Horse. Creo que entonces la palabra “Gundam” aún no había entrado en mi cerebro. Lo más probable es que a pesar del impacto que había supuesto la figura de Katsuhiro Otomo con su cómic y anime de Akira, tampoco se me hubiera ocurrido plantear la posibilidad de que más personas que dibujan manga participaran también en la creación de animación. Tuve suerte de haber podido basar mi educación básica sobre manga y anime en el sólido capítulo sobre Japón aparecido en la enciclopedia de los cómics de Josep Toutain en lugar de en los fanzines y revistas “informativas” que hacíamos los fans en la época. Al respecto de estas, “cuadernos de hipótesis y deseos sobre lo poco que sabemos del manga y el anime” sería un buen modo de describirlas, al menos en los comienzos. Lo cierto es que fue mucho antes de estas, al empezar a abarcar la inmensidad tras las imágenes televisivas animadas e impresas venidas del Japón que me obsesionan desde que tengo uso de razón, cuando desarrollé un entendimiento sobre la diferenciación entre los señores y señoras que dibujan cómics para editarlos en papel y los que animan dibujos en acetato para filmarlos. Oh, cuánto me habría sorprendido saber entonces que sí existían varias figuras como la de Otomo que sobresalían en ambos campos. Yoshikazu Yasuhiko era una de ellas: una prueba más de hasta qué punto el talento puede truncar el método y saltar de plano, o más bien abarcar varios planos en un sólo talento, o visto de otro modo, de lo mágico que era ser fan de algo marginal cuando las fotocopiadoras eran el cénit de la tecnología de la información. Pero para variar estoy yéndome por las ramas.

Tras ser serializado desde 1987 hasta 1990 en Japón en las páginas de Nora, una revista de la relativamente modesta editorial Gakken, el manga de Venus Wars llegó en 1991 a Estados Unidos en condiciones muy diferentes al boom del anime que en la época vivíamos en España con el auge de la televisión autonómica y privada. Allí, gracias en gran parte al empuje y trabajo del malogrado titán Toren Smith, Dark Horse decidió publicar el que entonces era el cómic más actual del autor, encumbrado en los círculos de "anime fans" estadounidenses después de que en los 70 una serie de animes de ciencia ficción y robots empezando por Yamato y culminando en Gundam hicieran estragos en los grandes clubs de anime de las costas, que comenzaron nutriéndose de vídeos caseros grabados en Japón y Hawaii y que se solaparon con la avidez de los compradores de juguetes robóticos fabricados e importados por Bandai en Estados Unidos durante los 80. Volviendo a casa a principios de los 90, y con el limitado rango de obras de calibre disponible entonces en España, me juego el cuello a que muchos de los que vimos por primera vez a Yoshikazu Yasuhiko en acción en los cómics de Venus Wars de Dark Horse tras gastarnos cantidades demasiado grandes importando unos pocos cuadernos a través de los pedidos de Advance que llevaba a cabo librerías como Gigamesh en Barcelona, nos frotamos los ojos creyendo estar frente a una especie de versión supervitaminada y resueltísima de las formas y texturas que habíamos visto por primera vez expresadas en las líneas de Haruhiko Mikimoto en su trabajo para la película de Macross que llevaba algunos años en el videoclub editada por Chiqui Video y que gente como yo habíamos memorizado hasta el último plano. Poco sospechábamos que en realidad estábamos viendo las sombras al fondo de la caverna: había sido la ubicuidad del arte de Yasuhiko en el anime de los 70 la que había dado engendrado la orgánica pero rotunda delicadeza de Mikimoto en los 80. Con ese primer vistazo quedaba además claro que las dimensiones de la historia narrada y la ambición y composición visual de su mundo podían rivalizar con el único creador y creación que a un nivel de técnica y experiencia aparentaban poder hacerle sombra: de nuevo Otomo y su Akira. Poco hará falta explicar que en Europa, al precio que iban los cuadernos americanos importados, sólo los millonarios pudieron enterarse de la trama completa de Venus Wars. Al menos, hasta que Granata Press la publicara en un formato mucho más asequible en Italia a partir de 1992 y hasta que la propia película animada llegara en VHS a España de la mano de Manga Vídeo unos pocos años más tarde.

Como suele ocurrir, comparar la obra original con la adaptación animada suele ser un ejercicio muy placentero. Una de las diferencias más jugosas está en los diseños mecánicos. En el manga original de Yasuhiko el material militar como tanques y motos estaba basado en gran parte en armamento ya existente en el mundo real, pero al adaptar Venus Wars al anime y contar con las aportaciones de Hirotoshi Sano como director de animación de mecánica y de Makoto Kobayashi (no confundir con el homónimo dibujante de What's Michael) como diseñador de mecánica, esta área fue remozada en profundidad. La otra gran diferencia con respecto al cómic, que abarca mucho más contenido, es la introducción de un personaje nuevo en la película, la periodista terrestre Susan Sommers, como figura de identificación para los espectadores en su primera exposición a la cultura venusiana. No quiero revelar nada de la historia, eso lo disfrutaremos en directo durante el visionado colectivo, pero me sentiré satisfecho si aunque sólo sea una persona de entre nosotros, además de una emocionante y compleja narrativa animada de ciencia ficción creada por un artista obsesionado con e influenciado por la historia y la historiografía, percibe la ambición de un creador completo en su esplendor... y en el que podría haber sido su canto del cisne animado. Porque tras haber adaptado ya al menos una de sus obras de viñeta a largometraje de animación (Arion) y con el relativamente decepcionante resultado del filme de Venus Wars en las salas, Yoshikazu decidió que en adelante dedicaría el resto de su carrera profesional a realizar cómics e ilustraciones de forma unilateral y a su propio ritmo, algo que mantuvo durante décadas... claro está, hasta que Sunrise le propuso hace menos de dos años dirigir la adaptación animada de Gundam The Origin, que se estrenó hace pocos días, pero eso es ya otra historia...


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